jueves, 14 de mayo de 2020

LA SUERTE DE LOS WAYUU OONOSHI DURANTE LA PANDEMIA

La condición de habitantes transitorios (Oonosi) no es nueva, es vieja como nuestros sueños, somos como soldados del sol; caminamos incansablemente tras los pasos de nuestros sueños que inician y terminan en la Alta Guajira. Ser habitantes transitorios de otras tierras siempre fue la constante de nuestra historia; la certeza de volver y cumplir el deseo de descansar en nuestra tierra siempre ha sido una fijación con la que nos despertamos a diario.
Antes, el camino más lejos recorrido, para habitar transitoriamente otras tierras, había sido Venezuela, en Maracaibo y las haciendas del Zulia. Volver de Uchumüin, de Marracaya, de trabajar en las materas, con los bolsillos llenos de "cobre" y una nueva grabadora Silver Crown, eran el sello de quienes emigraban e inevitablemente volvían para cumplir con el pacto sagrado con la memoria cultural que nos une.
Hoy se encuentran muchas familias wayuu en ciudades de Colombia y del mundo. Salieron de La Guajira o de Venezuela en busca de oportunidades, huyendo de amenazas o cambiar su situación económica ante la desidia de los gobiernos y la miopía de los dirigentes. La mayoría de sus miembros trabajan en la construcción, en casas de familia o dedicados al rebusque diario. La cuarentena los sorprendió al igual que muchos, con sus sueños rotos, con sus metas aplazadas.
En Bogotá, hay más de 150 familias que quedaron sin apoyo alguno, el gobierno distrital sin proponérselo los tiene en un limbo jurídico y porque existen grupos indígenas que se niegan a compartir espacios establecidos por normas del distrito. Algunas familias fueron desalojadas con sus niños y sus pocas pertenencias; otras fueron amparadas oportunamente, una más se fueron en bicicletas rumbo a La Guajira y otras más cuya suerte desconocemos actualmente.
Se leen noticias de amenazas contra familias wayuu en Medellín y de cremaciones arbitrarias en Barranquilla. Esto refleja el desconocimiento de usos y costumbres por parte de instituciones sanitarias y de salud. Esto es apenas una muestra de la suerte de los wayuu habitantes transitorios en las ciudades. En estas líneas hago un reconocimiento especial a Yesid, Oscar y Carmen por el esfuerzo y dedicación ayudando a muchas familias wayuu en Bogotá…

UNA VALIENTE MADRE WAYUU

Dicen que minutos antes de nacer, ese gran ser humano que me dio la vida se levantó lentamente, buscó el cuchillo de la cocina, lo afiló y caminó lentamente hacia el interior de la casa-habitación, entró y cerró la puerta, la trancó por dentro y tapó los hoyos subrepticios de las paredes de barro. Dicen que hizo una pequeña loma de arena que me recibiría y al rato se escuchó mi llanto, mientras ella misma cortó el cordón umbilical. Cordón que aún está unido a pesar de tanta ausencia...
De ella me nutrí biológica y culturalmente. Me contó mitos y cuentos de mi cultura, me narró muchas historias oídas o vividas por ella. Me gustaba madrugar a su lado a prender el fuego con tizones que escondíamos entre la ceniza durante la noche anterior; los dos tomábamos los primeros pocillitos de café fuerte. En los amaneceres o mientras caía la noche le escuchaba historias de kerraliaa, de yolujaa, de pulowii, de Isheshen; era apasionante escuchar sobre sus sueños y las interpretaciones que le daba. Yo era muy necio contándoles de los sueños que quería cumplir.
Un día me contó que los wayuu ricos y poderosos andaban en altas mulas que infundían respeto y temor en algunos casos. Eran los wayuu-washirrü, los que viajaban en sus mulas sobre las cuales desplegaban toda su riqueza ornamental. Una vez me dijo: ni a ellos les tengas miedo. Sostenles la mirada cuando te encuentres con ellos. No importa que seamos pobres, ellos tienen mulas, nosotros tenemos dignidad.
El último recuerdo que tengo de ella, es una escena de nosotros dos rellenando galletas soda con diablitos Underwood, los mejores. Hablábamos de cualquier cosa mientras comíamos galleta con diablito y tomábamos maltín polar. Una galleta ella, una galleta yo, y nos mirábamos y sonreíamos mientras comíamos. Come más, que en esto llegan los niños, le dije.
Su carácter fuerte contrastaba con la infinita bondad de su alma y la nobleza de su corazón, en eso admito que no fui el mejor aprendiz. Ella me enseñó, con el ejemplo, a luchar y trabajar. Nunca robes ni bajes la mirada, ni siquiera ante los que andan sobre sus mulas, me decía...

sábado, 27 de mayo de 2017

RAZONES DE LA INDIFERENCIA EL ARCHIVISTA COLOMBIANO FRENTE A LOS PROCESOS GREMIALES

Hay tres grupos de archivistas: los que se indignan por el nombramiento de un Historiador como director del Archivo General de la Nación, los que son indiferentes al nombramiento y los que ni se enteran de dicho nombramiento. Al primer grupo correspondería el 10% de los archivistas colombianos; al segundo y tercer grupo, el porcentaje restante.

Lo anterior nos obliga a preguntarnos ¿cuáles son las causas de la indiferencia del archivista colombiano ante los procesos gremiales y organizativos?

En un rápido sondeo con colegas archivistas, la primera palabra que surgió para describir el fenómeno de la indiferencia del archivista, fue: egoísmo. Actualmente los archivistas se caracterizan por la apatía hacia aquello que implique trabajo en equipo, organización colectiva y unidad de criterios para actuar conjuntamente para el desarrollo de acciones que beneficien al gremio; se es egoísta al no compartir experiencias, conocimientos y oportunidades, prueba de ello es que a la fecha no existe unidad de criterios en la interpretación e implementación de normas y procesos técnicos archivísticos (p.e. el concepto técnico sobre una tabla de retención revisada por dos profesionales diferentes), lo cual trae como resultado reprocesos y esfuerzos económicos para las organizaciones (“actualizar una tabla de retención, es hacerla de nuevo”, se dice comúnmente).

Se critica, por ejemplo, a la Sociedad Colombiana de Archivistas como si esta fuera un ente abstracto que debe desarrollar acciones milagrosas en defensa del gremio, sin ningún esfuerzo económico o administrativo de por medio; se exige acción gremial, sin ser partícipes de las reuniones y actividades que se realizan en pro del desarrollo profesional.

La esencia de todo lo anterior es el resultado de dos aspectos que conocemos ampliamente, pero que nos negamos a admitir para avanzar: la incapacidad de reconocer al otro y la forma como la gran mayoría de archivistas llegan a esta profesión:
1.    En primer lugar está la incapacidad de escuchar al otro, el afán protagónico y la certeza de “mi verdad absoluta”, es tal vez lo que no ha permitido construir comunidad, la generosidad para intercambiar experiencias, información, conocimiento y oportunidades. Prueba de ello es la falta de evolución en los procesos documentales de las organizaciones por donde han pasado diferentes profesionales archivistas, o la resistencia a construir colectivamente.

2.    En segundo lugar, se debe admitir, que a esta carrera (administración documental, ciencia de la información, sistemas de información, o como se llame) se ha llegado por medio de una oportunidad laboral y no por la vocación de ser gestores o custodios de la información contenida en soportes pasados, presentes y futuros; casi todos los archivistas (técnicos, tecnólogos, profesionales, posgraduados), fueron auxiliares de archivo o trabajadores ocasionales de algún proyecto de archivo o en alguna unidad de información, lo cual hace que se vea esta profesión como la oportunidad para escalar a nivel de cargo o salario, o para generar negocio. Y que, por lo tanto, no se le debe nada a la sociedad.

Visto lo anterior, quedan dos caminos por andar: resignarse al pasado, o pensar en los nuevos tiempos para el futuro gremial del archivista colombiano. Sobre el primer camino, solo queda redactar las memorias del gremio; sobre la segunda se avizora un ejército de jóvenes archivistas colombianos ávidos de construir memoria en el posconflicto, a quienes se les debe enseñar una nueva ética de compromiso y respeto con y por sus colegas y la profesión; ello es posible con el compromiso institucional de las escuelas de formación, el gremio, las organizaciones gremiales (como la Sociedad Colombiana de Archivistas) y los profesores que transmitan la pasión por el quehacer archivístico.

Ignacio Manuel Epinayu Pushaina

@ignacioepinayu

viernes, 14 de abril de 2017

LOS PRIMEROS PASOS DE LA LEY DEL ARCHIVISTA

A dos excepcionales seres humanos que conocí durante el tránsito de esta Ley: León Jaime Zapata (Q.E.P.D) y José Douglas Lasso Duque, mi gratitud es infinita.


Especial
Primicia Diario

La historia de la reivindicación de la labor archivística comienza con la creación de la Asociación de Colombiana de Archivistas – ACAR y aún no termina de la mano de instituciones constituidas al amparo de la Ley, el gremio en cabeza de la Sociedad Colombiana de Archivistas, las escuelas de formación en los diferentes niveles señalados en la normatividad colombiana, y de la mano de un número no determinado de personas que trabajan en los archivos de nuestro país.
La Ley 1409 de 2010, impulsada inicialmente por la Fundación Archiblios y su fundador José Douglas Lasso (Proyecto de Ley No. 163 de octubre 10 de 2005: presentado por el exrepresentante Luis Antonio Cuellar),  es el hito más importante para profesionales y trabajadores de archivos en Colombia, toda vez que se protegen los derechos de los profesionales archivistas y se establece el código de ética que rige su desempeño profesional. Transcurridos cinco años desde la expedición de esta importante norma, es evidente que se ha hecho un recorrido importante en su implementación, no obstante los tropiezos naturales en un gremio que se encuentra en proceso de consolidación.
El camino andado.
Con el posicionamiento del profesional archivista, al ser reconocido dentro un marco legal obliga paulatinamente a las entidades a contratar profesionales que cumplan con los estándares nacionales e internacionales en la gestión de documentos y archivos, como lo describe Carlos Zapata, exdirector del Archivo General de la Nación: “la Ley permitió un aumento en la contratación de profesionales por parte de entidades públicas y privadas así como mejorar los niveles de remuneración de los profesionales debido a la alta demanda de profesionales, cuya oferta no alcanza a ser cubierta.”
Ante la demanda de profesionales archivistas, se abrieron nuevas escuelas de formación, y el fortalecimiento de las ya existentes, dando espacio a escuelas emergentes que hacen cobertura nacional con sus egresados como es el caso de la Universidad del Quindío con su Programa de Ciencia de la Información, Documentación, Bibliotecología y Archivística; sin embargo, como se enunció anteriormente, la oferta actual de archivistas no es suficiente para atender los procesos técnicos y administrativos asociados con la adecuada gestión de los archivos públicos y privados.
El apoyo de entidades del Estado como el Archivo General de la Nación, mediante la expedición de Acuerdos y Circulares que exigen el diseño e implementación de instrumentos archivísticos con personal idóneo, es un avance en el incipiente proceso de articulación de acciones de las entidades con miras a hacer de los archivos y los archivistas una causa común.
La participación de profesionales archivistas en los Consejos Departamentales y Distritales de Archivo, nominados conjuntamente por el Colegio Colombiano de Archivistas y la Sociedad Colombiana de Archivistas, es un logro importante para la participación de los archivistas del país en la formulación de políticas nacionales, regionales y distritales de archivo.
Los naturales tropiezos.
Dado que en la nomenclatura de los cargos públicos (Departamento Administrativo de la Función Pública), no aparece explícitamente el cargo de archivista, las entidades han incrementado la contratación mediante la figura de prestación de servicios, y los cargos, esta es una tarea pendiente por parte de gremios y entidades del sector.
Derivado quizás de la falta de compromiso de gremios, entidades constituidas al amparo de la Ley 1409 de 2010 y escuelas de formación, los archivistas no están contemplando la aplicación en rigor del código de ética, lo cual redunda en productos archivísticos con poca o mala calidad técnica, en algunos casos causados por deficiencias en la formación, en los diferentes niveles (técnico, tecnológico y profesional) o por afán de generar mayores ingresos (ejecución de varios contratos al mismo tiempo o abandono de cargo o contrato para tomar otro).
En las regiones donde no es posible la participación de profesionales universitarios, los trabajos están siendo asumidos por profesionales de otras carreras, con escaso conocimiento técnico, que redunda en los productos de baja o mala calidad, y sin la menor observancia del código de ética.
El camino por andar.
Siendo esta una oportunidad histórica para realzar la labor del archivista colombiano, los gremios, escuelas de formación y entidades creadas mediante la Ley, tienen los siguientes retos urgentes:
La exigencia del cumplimiento del código de ética para quienes laboran en los archivos, mediante acciones pedagógicas, así como la conformación de tribunales de ética en todo el territorio nacional, esto implica ampliar la base de afiliados y matriculados para que puedan ejercer la profesión con los deberes y derechos que la profesión exige.
Una colaboración más estrecha entre entidades que tienen que ver con los archivos y los archivistas del país, con miras a exigir profesionales en los puestos claves, así como las instancias de coordinación y control (consejos, comités, comisiones), donde se formulan las políticas y estrategias de intervención de los archivos y documentos.

Finalmente, se requiere repensar en una estrategia para profesionalizar a quienes laboran en archivos de entidades públicas y privadas, mediante una masiva campaña de formación en conocimientos y valores para hacer de la nueva generación de archivistas, profesionales comprometidos con su quehacer diario y una firme convicción de que la labor que se desempeña se traducirá en una mejor disposición de la memoria documental del país.

LOS WAYUU Y EL TRANSITAR EN LIBERTAD: NOTICIAS DESDE LA FRONTERA

Los wayuu no fueron tenidos en cuenta para determinar el cierre de la frontera colombo-venezolana y sus dirigentes no han defendido los intereses colectivos de la sociedad que dicen representar.
Los miembros de la nación wayuu han habitado ancestralmente el territorio que hoy se constituye en la frontera de los estados nacionales de Colombia y Venezuela, desde ese territorio (Departamento de La Guajira al Norte de Colombia y el Estado Zulia en Venezuela) se ha desarrollado el universo cultural wayuu, adoptando prácticas de supervivencia diferentes a la pesca y pastoreo. Esas prácticas de supervivencia son comercio a pequeña escala y suministro de alimentos para sus familiares en la desolada y árida Alta Guajira colombiana.
Antes del cierre de la frontera, el desabastecimiento de alimentos y artículos de primera necesidad que mostraban los medios de comunicación en Venezuela, contrastaban con el ingreso de toneladas de alimentos y gasolina de contrabando a territorio colombiano; mientras tanto, los habitantes wayuu de la Alta Guajira vivían el rigor de la hambruna y escasez de agua, en parte por la falta de visión de los gobiernos nacionales, regionales y locales para atender el asunto del cambio climático o por la corrupción administrativa cohonestada por líderes y dirigentes wayuu, que solo piensan en su interés particular en vez del interés general de pervivencia de su cultura.
Al tomar la decisión de cerrar la frontera en la zona del territorio ancestral wayuu, el presidente Maduro y el ministro Arreaza anunciaron que la frontera se cerraba, y dejaba libre tránsito para los wayuu. No obstante, la realidad fue otra: muchos wayuu que tienen familiares en ambos lados de la frontera, no pudieron transitar libremente y tuvieron que llegar a su destino por trochas (caminos) inseguras para evadir los retenes militares, con el riesgo que ello implicaba para la integridad y seguridad de mujeres, niños y ancianos. Es que los wayuu nunca necesitaron de documentos, visados o permisos para traspasar la frontera, y el tema de fondo es la seguridad que deberían recibir los wayuu por parte de los gobiernos de Colombia y Venezuela en su calidad de ciudadanos de los respectivos países.
Durante este episodio llama la atención la apatía de los dirigentes wayuu de ambos lados de la frontera; el liderazgo wayuu en Venezuela que ha tenido asambleístas y viceministros consentidos del régimen democrático del fallecido comandante Hugo Chávez no se pronunciaron sobre el maltrato al que fueron sometidos sus representados; la dirigencia wayuu del lado de Colombia mantuvo el silencio cómplice frente a los atropellos denunciados por los mismos wayuu (exceptuando a la Junta Mayor Autónoma de Palabreros, que emitió un comunicado), incluyendo la muerte reciente de dos de sus miembros en manos de la Guardia Nacional Bolivariana.
Más allá de las opiniones y pasiones que despiertan la medida del cierre de la frontera (tanto en Caracas como en Bogotá), lo que se evidencia son los siguientes aspectos: una falta de política seria para las fronteras de ambos países, especialmente lo relacionado con la protección de derechos colectivos de las comunidades más vulnerables; la incapacidad del gobierno bolivariano para controlar la hemorragia de alimentos y combustibles que circulan en las noches por los diferentes senderos de la frontera, y finalmente, una crisis de liderazgo wayuu para hacer reclamaciones y asumir posturas enérgicas cuando se trata de defender los derechos de las comunidades wayuu que habitan en Colombia y Venezuela.
Esta es mi palabra.
Fuente: Por Ignacio Manuel Epinayu Pushaina (Colombia), especial para ElOrejiverde
Fecha: 28/9/2015

COMENTARIOS SOBRE GREMIOS Y TARJETAS PROFESIONALES (ARCHIVISTAS Y BIBLIOTECÓLOGOS)

No he visto un organismo fuerte sin unión y sinergia de sus miembros, tampoco he visto organizaciones que se mantengan solitas. El valor de las tarjetas profesionales de Bibliotecólogo (CNB) y Archivistas (CCA), por el que se quejan algunos colegas, así como el pago anual de afiliación, se supone son para ayudar a solventar el funcionamiento de dichas entidades.

Los pagos de dichas tarjetas se hacen por una sola vez, las afiliaciones anual. No he visto que los arquitectos se quejen por pagar un salario mínimo por sus tarjetas, antes por el contrario debería ser un privilegio obtener dicho documento.

Por otro lado, se oyen voces para crear una confederación de Archivistas y Bibliotecólogos, cosa que no es mala si no fuera por la situación que vivimos (como parte del mal que aqueja al país en general).

En el caso de la Sociedad Colombiana de Archivistas, es importante precisar que el número de afiliados es considerablemente bajo comparado con las quejas, rumoreos, manoseos y escarceos del que son víctimas las agremiaciones y sus voluntarios dirigentes por parte de profesionales que no participan debates, asambleas y propuestas de consolidación gremial. El único propósito de los gremios es la defensa de los intereses colectivos de los archivistas del país, y si no hay fuerza a pesar del esfuerzo es porque la base social que soporta dicha defensa es incipiente y poco propositiva.

Como es usual en estas fechas, los gremios y organizaciones preparan sus asambleas anuales, donde se esperan bloques de propuestas para mejorar lo que se ha venido haciendo mal en dichas organizaciones. No basta con asistir con derecho a voz sin voto (por no pagar la cuota de sostenimiento), donde muchas veces se asiste para boicotear dichos eventos, sino que se deben llevar propuestas concretas y el compromiso de llevarlas a cabo.

Sobre la Confederación, ésta debe surgir como voluntad de los gremios expresada en sus respectivas asambleas, y éstas tienen legitimidad y legalidad en sus convocatorias, luego hay que pagar.

@Ignacioepinayu

EL TAMAÑO DE UNA INDIGNACIÓN: EL CASO DE LOS NIÑOS WAYUU Y LA DESNUTRICIÓN INFANTIL EN LA GUAJIRA

Es antiético, en todo sentido, discutir por la cifra de niños
muertos por desnutrición…”

Que muera un niño wayuu es enterrar nuestro futuro, que muera un anciano wayuu es entregarle nuestra memoria a las manos del olvido. Los medios de comunicación han llenado de páginas enteras noticias sobre la muerte de niños wayuu por causa de la desnutrición y el abandono del Estado. Usualmente la palabra para dramatizar las noticias es la misma: INDIGNACIÓN.

Se indigna el usuario de Facebook dándole “Me Gusta” a las publicaciones, se indigna el político que se abraza con los autores del crimen a nivel nacional, regional y local. Y el resultado de la indignación es proporcional al olvido que vivimos en un país donde es más importante la noticia de un reinado, que la captura de los aliados de quienes han participado del genocidio al que es sometido mi pueblo. Se indigna el dirigente que aprovecha la marea de la indignación para pescar un contrato de suministro de alimentos o algo parecido. Se indigna el ciudadano desprevenido que también aplaude la sagacidad con que el delincuente huye de la justicia.

Miro otras realidades y me entero que en muchas partes del mundo hay desnutrición infantil, hay corrupción y el cambio climático ha golpeado formas de vida de cantidades personas de distintas culturas, en diferentes partes de nuestro planeta. Quizás el caso de La Guajira es el más llamativo por la reproducción de esquemas que no permiten el desarrollo humano de los habitantes de la península. Nadie entiende por qué falta agua potable teniendo planes departamentales de agua en los sucesivos gobiernos de La Guajira, con más de media frontera inundada de mar y El Cerrejón gastando diariamente más de 35 millones de litros de agua en sus procesos de extracción de carbón; nadie entiende por qué siendo la etnia más numerosa de Colombia, no tenemos ni senadores ni representantes que griten nuestros lamentos; nadie entiende por qué criticamos a los dirigentes de Uribia y los votamos de manera masiva en elecciones…

Se habla de 2 mil, 4 mil, y hasta 15 mil niños muertos por desnutrición, pero no se cuenta a los niños vivos que padecen esa tragedia, tampoco a las madres gestantes en estado de desnutrición; quizás el asistencialismo oficial ha desplazado formas originales de autogestión y solidaridad entre los wayuu, quizás los recursos entregados por el gobierno nacional y las nuevas formas de representación han desplazado a los legítimos dueños del destino de la Nación wayuu… Quizás ya sea hora de mirarnos al espejo de nuestra realidad por primera vez en nuestra historia.

Es posible que al final de este año, uno de los juguetes que algún espíritu filantrópico trajo a La Guajira termine sin dueño, quizás porque otro niño haya muerto por desnutrición o porque la anemia le quite las ganas de jugar. Mientras tanto, más de un indignado le dará “Me Gusta” a las fotos de posesión de los hijos, herederos o socios de los determinadores de la tragedia social que se vive en el Departamento de La Guajira.